Cambio de armario

Cambio un apolillado armario empotrado por un vestidor.
Acaricio el deseo mientras procedo a embalar mis pertenencias en una operación de eliminación u conservación. Descubro oculto en el costurero, conviviendo entre hilos de variado grosor, la bolsa de alfileres y algún botón libre; el atrevido objeto. La memoria evoca la hilaridad del momento.
El impulso que me apremió para adueñarme del aparato. Soplo con delicadeza el polvo del exterior y  extraigo a aquel proveedor de emociones. Lo palpo deteniéndome en la cabeza. El índice aprecia su  superficie granulada, ligeramente abultada por arriba y al pulsar dos botones en la parte inferior, masajea interrumpidamente todo cuanto se coloca por debajo de esta isla aparte, produce unas primerizas cosquillas, un improvisado gustirriñin que sofoca cada célula del cuerpo, a flor de piel; promete el  cielo. Por cierto, mi estrenado amigo
tiene origen regio. Se llama Arturo.

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