Las mosqueteras


Cloc, cloc, cloc, cloc. Los tacones de Luisa sobre la madera de " al punto", transformado hoy en un espacio de improvisación. Isabel y yo sonreímos al ver acercarse su paso apresurado.
Las tres nos fundimos en un apretado abrazo. Se dirige a la barra, detrás la melodía al piano del reencuentro.
Isabel adopta un mohín/ gesto contrariado,pese a ello, luce una amplia sonrisa que hace juego con su blusón floreado rosa primaveral. Hoy luce canas con orgullo. Ha templado su energía Yan, en una militancia amable, en paralelo a su servicio como enfermera. Juguetea con  los dedos sobre la mesa, oculto mis ganas de reír ante su impaciencia mientras revuelvo con pupilas dilatadas un bombón descafeinado.
El piano prosigue su melodía, con giros agudos, graves. Luisa regresa con una taza de chocolate humeante entre sus manos. Un reconfortante aroma en aquella tarde plomiza.
Luisa fue quién nos convocó aquella tarde.  Inesperadamente. Nuestros caminos se habían entrecruzado hacía años pero el peso de múltiples obligaciones habían interrumpido nuestras quedadas. Nos sorprendió aquella llamada pero la amistad siempre se había puesto al servicio cuando se la requería. Luisa siempre fue la más discreta en sus expresiones pero ahora poseía un no sé qué indescriptible. Un brillo particular en la mirada. Isabel da un sorbo a su té con canela. Lo disfruta y entrecruzamos miradas. Luisa luce espléndida una falda vaquera de patchwork, con retales de aquí y allá. Siempre fue la reina de la customizacion pero esta vez acompaña su atuendo de un turbante de llamativos 🌈 colores.
Una chica con voz masculina, comienza a entonar el clásico: el hombre al piano. Antes de que el impulso de Isa se adelante, tomo la palabra dirigiéndome a  Luisa: Y bien?  A qué se debe este encuentro? Debe ser importante  Por teléfono parecías apurada - opinó. Debía contaros algo - reconoció ella . Y sin más  demora, se quitó el turbante dejando al descubierto, un cráneo rasurado donde se comenzaban a vislumbrar el crecimiento de algunos pelillos.  Isabel y yo la miramos estupefactas, sin palabras a las que recurrir. Ella , sonriente, con las mejillas encendidas , alargó sus manos encontrando reposo, alivio entre las nuestras.

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