El día en que una baldosa levantada lo cambió todo. El traspies

Quién me lo iba a decir. Aquella tarde que no reparé en la traidora baldosa y tropecé. Para evitar el impacto en las rodillas, adelanté manos y codos aunque a cambio recibí  una notable hinchazon. Tampoco salí ilesa de una absurda torcedura de tobillo ni de estrellarme contra el suelo. (50 )
Fortuita conjunción de los astros, la que me apartó de mis obligaciones. Me froté las manos al pensar en todo el  tiempo extra  para mí para adecentar la casa de trastos inútiles  pero lo primero era rematar   la engorrosa tarea de desechar el papeleo. Me  encontraba en este punto cuando( 100 )apareció dentro de un cajón, una carpeta donde figuraba una pegatina con un exótico título. Extraje el voluminoso contenido, numerosos folios de una pulcra caligrafía, en otros más  atropellada y con una fecha en común 2006.
Con algo de temblor comencé a leer los primeros párrafos. La memoria despertó según (150 ) avanzaba la lectura. Con ansia devoré la trama de aquella historia Galdosiana, ambientada en dos parajes tan hostiles como insólitos. No sé cuánto tiempo invertí en releerlo pero decidí rescatarla del olvido e ideé un cuadrante diario que me forzara a una férrea disciplina de escritura. Los siguientes días, arañaba (200) momentos de apatía  frente al escritorio, con la pluma como timón de la travesía. Ya construidos los personajes, sólo faltaba que cobrarán vida en mi mente y  liderarán su pequeño o amplío margen de protagonismo. Pese a llevar todo anotado mediante esquemas, en concreto me resultó pesado definir con exactitud  las (250) costumbres de la época sin caer en palabras barrocas, adquirir soltura con la jerga del lugar o utilizarla de modo correcto.  Hubo días que escribir una sola frase puso en jaque  mate a  la paciencia, mermó la autoestima, lleno de bolas la papelera. Otras veces la inspiración fue considerada y (300) la pluma se deslizaba con gracia, firme, emprendía viaje sobre el papel.  
La noche me rescataba del trance o me arrastraba a él en plena madrugada. Fueron infinitas las  ocasiones  en las que estuve a  punto de destruir aquel montón de papeles, única prueba tangible de la narración. Pero la (350)escritura es adictiva , más allá de las horas estériles, palabras o expresiones pueriles o grandes vacíos , fluctuaba entre el placer y el abismo del bloqueo. Convertida en un mero instrumento de  los personajes, ellos dictaban el camino que recorrer,  la aventura a  vivir. Siempre a su servicio , la novela (400)se escribía sola. 
Mi única intervención consistía en elegir quién  ser el narrador y el formato adecuado a la historia .  Me entregue tanto a la causa  que me convertí en un ermitaño sin apenas trato con el exterior,en  consumidora de apegos relacionados con la catástrofe natural de aquella isla (450 ) y la resiliencia  de sus supervivientes.
Pretendía también  transmitir una época (1736 )marcada por el éxodo y retorno de otras tierras.la dureza del medio rural, pesquero. Tejí capítulo tras capítulo creando vínculos entre protagonistas, secundarios. La narración árida  al inicio, a medida que avanzaba se convertía en determinación donde la (500 ) lealtad, el hedonismo, lo inmoral y el amor a la tierra, movían la voluntad de los personajes; inmersos en una dinámica  de variables. Finalmente alcancé la última fase, procediendo a la ingrata corrección. Fue un tránsito crítico a la par que emocionante. Tenía poder para elegir o rechazar a mi antojo pero ( 550 ) sin dejar espacio a la prisa. Mentalmente exprimido, exhausto a las puertas del desenlace; me permití un descanso.
Me dediqué a vivir la calle, a holgazanear. Tras un periodo de dolce far niente, recuperé el ritmo, las ganas. Inmersa en la familiar atmósfera me concentré en el punto más álgido ( 600 ). Inhale hondo, a un ritmo  constante, apenas un roce de los dedos en el teclado y las palabras brotaban como un maná Inicie el sprint, a la vez que sentía bel entumecimiento de manos y pies, un molesto hormigueo. Me estiré, abrí y cerré las manos. Me levanté dirigiéndome al (650 ) baño. Mojé vel rostro, las gotas deslizándose hacía el lavabo. Y ahora qué? - pregunté a mi otro yo. Apresurada me levanté vy regresé a sentarme al escritorio con una sonrisa satisfecha. Y ahora qué? Escribí en la pantalla. Fin (689)



 












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