El manso
Muermo ! Eres un muermo. Es la palabra conque me bautiza la cuadrilla. Ya no me afecta cómo antes. Es cierto, soy precavido, especial, diría yo. No apreció los divertimentos de los otros que transpasan con creces el sentido común.
Así que me había adaptado a esas chanzas, burlas, a ser puesto a prueba ( el manso ) por mis coetáneos, a aquel coro de depravados. Pero hoy precisamente....no soy capaz de relacionarme con mi reconocida mansedumbre. Hoy es San Severo, fiesta mayor de Laraja y estamos el pueblo en pleno en la pequeña plaza de toros, a punto de presenciar una capea. Todos los años, por Cuaresma, los mozos dan prueba de su " hombría ", montando cuál cuatreros texanos a un grupo de vaquillas.
Eso no es todo, se hace un sorteo con toda la recua de gloriosos participantes mayores de edad. Mi padre, mi abuelo y su padre han dejado su impronta en esta arena ( el alguero ). El vocerío fue roto por el megáfono dando a conocer a los elegidos. Circunspecto, apático oculto la cabeza entre los brazos.
Román Ramón Caballero_ se escucha decir claramente. Por los pelos de la Agustina _ exclama Esteban. Acaban de nombrarte. Eres uno de los elegidos _ confirma Pepe, él según algun@s, hijo bastardo de Domingo el aguacil. Mi ojos saltones parecían a punto de salir a ver mundo. Acto seguido, tuve que aguardar mi turno tras una de las barreras. Esta vez, si que me siento paralizado por el estupor. Por delante mío, desfilan estos " gladiadores" de pacotilla. Héroes o gallinas según la faena que acometan. Antes de que un servidor tomará conciencia, volvió a pronunciarse mi nombre" Román, Ramón Caballero, mis amigos corean el nombre conque soy conocido Rora " y me vi debido a mi corta estatura ) impulsado por la masa al centro de la minúscula plaza y encima de la vaquilla " Palomo ", el cual se vio sorprendido por tal espontánea carga y se dedicó a zafarse de mi dando coces a diestro y siniestro mientras yo infeliz, trataba de mantenerme en precario equilibrio sujeto al cuello del.......... Y así estuvimos ambos, en un duelo encarnizado. Él encabritado conmigo encima, yo con férrea resistencia, ora encaramado al lomo ora casi a ras del suelo tirándole de la cola.
Con el solemne silencio cómo un espectador más, sólo interrumpido por alguna que otra ovación a la faena.
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