La rana

Lo admito. Soy una clásica.
Cruzo este desierto de cemento apenas acompañado de mayores.
Pregoneros de achaques, cuitas, colores deportivos, fanfarronadas.
Inclemente, sin cobijo cuando la lluvia azota o el sudor vaga por las plantas de los pies, achicharrados sobre el asfalto.
Viajo entonces al barakaldo setentón. Con buen tiempo, la sombra de los plataneros es disputada o la fuente, en el centro de la plaza, arroja pellizcos de frescor a quienes atrevidos se aproximan a ella. Reconozco a una niña con coleta y aire tímido correteando alrededor. En las gradas, su madre junto a otras madres " yeyes" con peinados enjambre ; atentas a sus cachorros. Ocultos bajo el albal, la mortadela, chorizo o el pan con chocolate aguardan la dentellada mortal. La rana epicentro de la plaza. Buche receptor de veladas como la del 5 de enero donde niños de antes, entregaban deseos sublimes a sus majestades a cambio de caramelos. Cuando el invierno era tal y la plaza reunía la vida.

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